sábado, 4 de agosto de 2012

VOLUNTAD DE DIOS, ¡MI PARAISO!




Si quieres, ¡quiero!

Si llamas, ¡voy!
¡Eres la vida de mi vida!
Es en Ti que soy (Vontade de Deus – Comunidade Doce Mãe de Deus)
                          


Recuerdo la primera vez que vi esta expresión, escrita en la línea del tiempo de una de estas redes sociales en el perfil de un amigo. Me ha llamado la atención el tono fuerte de la frase, pues me parecía desafiar, instigar, a punto de haber dejado huella en toda mi juventud con un fuerte cuestionamiento interior: ¿Dónde está la voluntad de Dios para mi vida? ¿Cómo encontrarla? y, habiendo encontrado, ¿Cómo saber que la estoy cumpliendo?
Por mucho tiempo creía que tal búsqueda solamente podría resultarme en angustia y molestia, pues mucho de nosotros hemos escuchado a lo largo del camino una frase que nos pone más miedo y reserva, que consuelo y entrega: “¡La voluntad de Dios no es lo mismo que la voluntad de los hombres!” esta afirmación suena casi como una sentencia irrevocable a nuestros oídos, y si no sabemos entenderla con más hondura, puede que perdamos la fe en un Dios providente y misericordioso que espera y desea lo mejor para sus hijos. Y aun, nos puede contaminar con una visión cruel y distante al respeto de Dios, que solamente desea aplastar la voluntad humana bajo la Suya, haciendo del hombre una marioneta de sus fatales designios, a los cuales solamente se puede adherir y aceptar de forma incontestada. Nada más falso y divergente de la fe cristiana.
Importa que antes de cualquier cuestionamiento sobre los designios y voluntades del Señor a nuestro respeto, pongamos la mirada en la naturaleza humana y su constante sed por lo que sabe nombrar, pero que ha sido muy bien expresado por San Agustín en sus Confesiones: “Fecisti nos ad Te, Domine, et inquietum est cor nostrum donec requiescat in Te” («Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti» (I, 1, 1)). Da la misma manera, la teología mística de Santa Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia, identifica en el Cantar de los Cantares, capítulo primero, el ansia del alma seducida por Dios, que desea ardientemente el encuentro con su amado: “¡Bésame, Señor, con besos de tu boca!” (Cant 1,2). En una bellísima interpretación Santa Teresa nos conduce al entendimiento que los “besos” del Amado no pueden ser otra cosa sino el Espíritu del Creador que sale de “su boca” así como aquel “Ruah” (soplo, aliento) ha sido soplado en las narinas del hombre, confiriéndole vida (Gen 2,7). En un fascinante paralelo a este pasaje, tenemos una cita del Evangelio de San Juan, capítulo 20, versos 21 y 22, en la cual el propio Jesús actúa de este modo, dándole a la creación “nuevo discipulado”, si así me he permitido llamarlo, soplando sobre los apóstoles el Espíritu Santo, dando nueva vida a sus almas, que estaban abatidas y torpes por los últimos sucesos. “! Es la vida de mi vida!” Cuando Jesús sopla el Espíritu sobre ellos, confiéreles entonces una plenitud, un ingenio para tratar distintas situaciones, una vivificación de lo que debería ser el eslabón vital de sus corazones. El Espíritu Santo es la Vida que irrumpe en el corazón de los apóstoles para hacer que en ellos florezca una vez más el vigor y la viveza apostólica, la vida nueva conquistada por Cristo, resucitada y plena.
Así, por medio de todo este primer nivel de reflexión, percibimos dos cosas singulares: el corazón humano, aunque no sepa o muchas veces no acepte, es un corazón que anhela a Dios en su esencia, que busca de modo innato su completitud en aquello que es eterno, y, por tanto, en Dios; y solo Dios, como Creador, Principio y Término de todas las cosas, tiene en sí mismo la posibilidad de conceder al hombre una verdadera vida en la plena acepción de esta palabra. No solo un tapa huecos lleno de actividades, sino una vida rellena de sentido y significado, vida plenamente realizada en todas sus potencialidades, tal cual es la búsqueda natural del ser humano. De este modo queda perfectamente visible que el ansia del corazón del hombre está naturalmente orientada a Dios, que se permite encontrar por el ser humano y es el único capaz de dar significado a su existencia. La Santa Iglesia reza en el Símbolo Niceno Constantinopolitano cuando dice: “(…) Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios (…). Por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo (…)”
Prosiguiendo en nuestra comprensión del misterio de la Voluntad de Dios a respeto de nuestra historia, empezamos entonces a percibir que nuestra reflexión sólo puede ganar consistencia si entendemos que la voluntad de Dios no es otra sino la plena madurez humana y espiritual del hombre, y para eso Dios no cesa de atraerle a sus designios, no cesa de buscarnos, seducirnos, como dice el libro del profeta Jeremías: “¡Me sedujiste Señor, y yo me dejé seducir!” (Jr. 20,17). Él actúa pues sabe que la realización del hombre se encuentra precisamente en, encontrándose con Dios, realizar el divino querer en su vida, no como una marioneta que es manipulado y arrastrado para algo de lo que no puede fugarse, sino con autonomía de su voluntad y plena opción por el querer de Dios. Conformarse a la voluntad divina se vuelve entonces una constante progresión en la Gracia de Dios y en la maduración  humana, pues ambas dimensiones del hombre, la espiritual y la humana, aunque puedan ser caracterizadas distintamente, no están disociadas la una de la otra. Madurar como ser humano es madurar en la Gracia Divina, así como crecer espiritualmente es también desarrollar la propia humanidad. Aquí toca resaltar un punto importante que, tal vez por vicio o falta de una adecuada formación sobre el asunto, suena como una verdad auténticamente cristiana, cuando en realidad no la es, por ejemplo cuando decimos: “Mi humano no lo acepta!”. Es necesario entender que en el hombre no hay una dicotomía humano/espiritual sino las 2 dimensiones integradas totalmente. No tenemos dos naturalezas habitando la misma persona, como lo hay en Cristo (la unión hipostática), pero solamente una naturaleza, la humana, que trae en sí también una dimensión espiritual. Lo que de hecho puede ocurrir es que se nos encuentre más o menos abiertos a sentimientos venidos de nuestra espiritualidad, de nuestra relación con Dios, pero siempre dentro de la naturaleza humana, que habiendo sido asumida por Cristo, fue elevada en dignidad.
De aquí entendemos de modo más hondo los versos de la canción que dieran inicio a nuestra reflexión: “Si quieres, ¡quiero! Si llamas, ¡voy!, ¡Eres la vida de mi vida!, ¡Es en Ti que soy”. No se puede, por tanto, concebir el hombre como un ser completo si esta lejos de la voluntad de Dios, del querer de su Creador. Si pensamos que el inventor de una determinada máquina es el único que, primordialmente, sabe lo porqué de la existencia de aquella máquina y para qué tipo de actividad es útil, entendemos también, al menos de modo análogo y no esencial, que eso pasa con nosotros.
La frase ya mencionada aquí, de que el querer divino es totalmente distinto al humano, puede ser entendida de un modo más blando si pensamos que Dios conoce el deseo más profundo de nuestro corazón, sabe cuál es el camino para que alcancemos nuestra plena realización. Y, de hecho, lo está en muchas ocasiones bien oculto a nuestros ojos, que se vuelven todo el rato a las orillas de lo que es verdaderamente esencial. Nuestras vidas viciadas, nuestros caprichos ordinarios, aunque no los percibamos, tienden a menudo a alejarnos de la voluntad de Dios y, por consecuencia, de nosotros mismos. Por esta razón negar la voz de Dios en nosotros causa una profunda angustia, pues es como despegar nuestro interior de nosotros mismos. Cuanto más vayamos lejos de esta voluntad tanto más nos despegamos de aquello que somos y menos sentido tendrán todas las cosas a nuestro alrededor. Es como querer a menudo adormecer para vivir la belleza de los sueños que tenemos, pero que no llenan sustancialmente nuestra vida ordinaria.
Oí cierta ocasión una frase muy fuerte, cuyo autor ahora mismo no recuerdo, en la cual él decía que el alma humana, cuando no busca la realización de la voluntad divina se vuelve un alma amputada, desubicada de su centro. Retomando el verso de la canción, entendemos que el trecho: “Es en Ti que soy”, exprime de forma poética lo que el autor de la frase quiso decir: Solamente en Dios es que el hombre puede, de hecho, SER. Ser lo que es, realizarse como persona, desarrollar sus potencialidades. 

Con el paso del tiempo percibimos que buscar la voluntad de Dios es buscar nuestra plena realización, y que Dios quiere para nosotros lo que está inscrito en lo más íntimo de nuestro corazón y que nosotros mismos, durante mucho tiempo, no teníamos madurez para mirarlo. Dios, al llamar el hombre a la participación de su vida divina, es llamarlo a la plena realización de aquello que él es como hijo de Dios, en Jesucristo. Esta llamada no es para otra cosa sino para realizarse el hombre en esta filial identidad suya, la que heredamos por la Gracia. Dios nos llama, nos provoca, nos “vocaciona” a la más alta estatura de aquello que podemos ser solamente por Su Gracia. Negarse, por tanto, a vivir esta llamada, es negarse a vivir la plenitud de la Gracia de Dios que es destinada de modo particular en cada uno de nosotros.
Así nos llegamos al final de nuestra reflexión dirigiendo una nueva mirada para el misterio de la voluntad de Dios que se cumple en el género humano, a través de un emblemático pasaje del libro del Éxodo en su capítulo tercero, el de la zarza ardiente que nos prefigura no sólo la imagen del Dios que llama al hombre a adherir a sus designios, esta llamada corresponde a una responsabilidad nuestra en contestar con un “SÍ” total e irreversible. En este pasaje, no sólo la figura del profeta Moisés es una señal y referencia muy importante a nosotros sobre como contestar a la voluntad de Dios, pero creo que se nos pasa por alto otra prefiguración majestuosa de lo que vendría a darse en el Nuevo Testamento. Vemos la imagen de la zarza que es utilizada por Dios para manifestarse a Moisés y revelarle su voluntad. Una zarza de la cual tantas veces ya hemos oído hablar, que no pasa de un arbusto pobre, pero en la cual arde una llama que no se consume, sino que la abrasa interiormente. Dios se utiliza totalmente de aquella zarza, la toma por entera. Ella se vuelve, entonces, el lugar privilegiado en el que Dios no sólo actúa, pero en la que Dios es por encima de todo el principio de la vida. A la zarza ardiente del Sinaí podemos asociar de modo admirable la figura de la Virgen María, que habiéndose entregado de lleno a los planes de Dios, se volvió el receptáculo más elocuente del misterio de Dios. En ninguna parte, en ninguna otra creatura la voluntad del Creador fue tan plenamente cumplida cuanto en la vida de la Santísima Virgen. Ella, en total entrega al Señor, fue usada, quedándose incólume e incorrupta. Y dicha situación es para nosotros más un singular ejemplo de cuan necesario nos es esta entrega total, pues Dios es el único que nos usa sin corrompernos sino que se nos vuelve enteramente lo que somos. Podemos entender también que lo contrario es verdad, pues cuanto más nos guardamos de Dios, cuanto más no reservamos y nos entregamos sin totalidad a Dios, tanto más nos fragmentamos y nos alejamos de nuestra verdadera identidad, nos esclavizamos continuamente.
Tomemos por ejemplo la vida de tantos que se entregaron a esta perfectísima voluntad e hicieran de sus vidas una auténtica señal de que no hay lugar mejor para estar que la voluntad de Dios: San Francisco de Asís, Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, Santo Domingo Sabio, San Tarsicio, en nuestro tiempo la beata Chiara Luce Badano (Lubich), Beato Pier Giorgio Frassati, San Pio de Pietralcina y tantos otros grandes santos de los cuales sólo Dios conoce el nombre. Retomemos verdaderamente la fuerza del Evangelio en nuestra vida y permitamos que nuestra historia sea la concretización de la frase que dice: “Es en la entrega de tu vida por amor que experimentarás la verdadera libertad.”
Que nuestro gran Dios y Señor Jesucristo nos bendiga y haga brillar sobre nosotros el esplendor de Su Faz Gloriosa.
por Roberto Amorim (http://imortaljuventude.com.br)

Nenhum comentário: